Una operación que había costado a los aliados dos largos años de minuciosas y secretas preparaciones. Dos años de nervios, tensiones e incertidumbres, de ingenio, esfuerzo, experimentación, confidencialidad y planes de engaño de amplio alcance, en el que estuvieron involucrados decenas de miles de hombres y mujeres de las profesiones más variopintas: obreros industriales, ingenieros, constructores, técnicos, espías, militares, funcionarios, profesores, miembros de la resistencia en la clandestinidad o inventores, entre otros. A estos había que sumar la participación de un centenar de empresas y organizaciones especiales, que proveyeron todo el equipamiento necesario.
Un dispositivo sin precedentes en la historia militar en el que el más mínimo fallo de coordinación habría significado una derrota de dimensiones históricas que habrían concedido a Hitler la posibilidad de una victoria final en la Segunda Guerra Mundial. «No estaba convencido de que ese fuera el único modo de ganar la guerra», declaraba un Churchill que, durante la noche del 6 de junio de 1944, estaba convencido de que lo despertarían de madrugada para comunicarle el desastre.
Las dudas en el desembarco
Franklin Delano Roosevelt, que tuvo que superar sus reticencias y las discrepancias mantenidas con Churchill acerca de tamaña operación durante dos años, fue despertado por su esposa Eleanor en la Casa Blanca, a las 3 de la madrugada, con las primeras noticias del desembarco. Ese fantasma del fracaso siempre estuvo presente, a pesar de la energía y el ingenio desplegados en la planificación de la operación «Overlord», como fue bautizada.
Durante los meses precedentes se había librado un largo y tenso debate sobre si aquel desembarco era el mejor modo de acabar con el dominio nazi en Europa. El mismo Churchill tenía serias dudas, que mantuvo en las primeras y en las últimas fases de la preparación. Incluso después de que hubiese tomado la decisión de emprender un desembarco a través del Canal de la Mancha, el primer ministro británico apostó por otras iniciativas militares que finalmente fueron descartadas.
No era para menos. El fracaso del desembarco habría sido un desastre para la causa aliada, ya que Hitler habría tenido oportunidad de recuperar su influencia. De hecho, disponía de los recursos necesarios para ello: bombas nuevas y misiles de gran fuerza destructiva, con cargas de una tonelada; submarinos de larga distancia que podían haber llegado a la costa oriental de Estados Unidos sin necesidad de repostar, y minas contra las que no existía defensa conocida, cuya fabricación estaba a punto de concluirse (las primeras muestras se emplearon, precisamente, el Día D). Y además, un enorme contingente de aviones, tanques, tropas y armamento –un tercio de las fuerzas de combate de la primera línea alemanas– habría podido hacer frente a la ofensiva oriental soviética, planificada por los aliados como continuación del desembarco normando.
Paul Verlaine, en la guerra
Quienes planificaron la operación –los generales George C. Marshally sir Allan Brooke, cabezas visibles de las organizaciones militares de Estados Unidos y Gran Bretaña, respectivamente; y los comandantes en jefe de ambos ejércitos, Bernard Montgomery y Eisenhower– contaron con una gran ventaja obtenida gracias al ingenio: confundieron al mando alemán haciéndole creer que el desembarco se realizaría en Pas de Calais, mediante multitud de maniobras de contraespionaje y lanzando papeles de aluminio al este de donde se iba a realizar realmente, para confundir a los radares nazis.
Pero no fue así. El 5 de junio, la BBC retransmitió el segundo verso de un poema dePaul Verlaine: «Los largos sollozos de los violines del otoño / hieren mi corazón con una monótona languidez». Era la señal. La tormenta aliada estaba preparada para lanzarse sobre los 70.000 soldados alemanes que aguardaban cerca de las costas francesas. Los ciudadanos de los pueblos normandos de Sante Mère Eglise y Sante Marie du Montabrazaron con esperanza y temor la lluvia de los 20.000 paracaidistas durante la noche anterior. Pero ya no había marcha atrás.
«Las primeras tropas de asalto han desembarcado a las 7.50», podía leerse en la nota de la paloma mensajera que al día siguiente un corresponsal de Reuters envió desde Francia a Gran Bretaña. Los soldados, procedentes de diversas localidades costeras británicas, tocaron las orillas de cinco playas distintas, cuyos códigos respondían a los nombres de Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword. El desembarco se realizó en un área de 90 kilómetros de costa, entre Cherburgo y Le Havre. Atrás, en Gran Bretaña, esperaban otros tres millones de soldados que irían cruzando el Canal de la Mancha entre el 6 de junio y el 25 de agosto.
Un millón de judíos
Durante el Día D se produjeron más de 11.000 bajas, de las cuales 2.500 fueron muertos. Un cifra inferior a la esperada, pero lo suficientemente grave y con progresos tan acotados, que el Alto Mando aliado llegó a creer que estaban perdiendo la batalla. Pero se equivocaban. El avance en los meses siguientes fue imparable. Europa comenzaba a soñar con la liberación.
Si el desembarco hubiera fracasado, los trenes y cámaras de gas nazis habrían quedado disponibles para la deportación, internamiento y asesinato de un último contingente de judíos europeos que estaban en lista de espera......El número: más de un millón.
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