Quizá haya sido el más importante cirujano psíquico de todos los tiempos. Lejos de los fraudes que caracterizan a sus émulos actuales, las andanzas de Zé Arigó continúan siendo un misterio para la ciencia.
Decir que posiblemente haya sido el más importante, sorprendente, genial y castigado cirujano psíquico de Ibero América es desmerecer su figura. Fue eso y mucho más. Sirviéndose de navajas oxidadas o cualquier objeto plausible de provocar una incisión, las operaciones espirituales efectuadas a partir del año 1950 por este brasileño orondo, de presencia tranquilizadora y expresión melancólica, son un reto pendiente de solución que ni la Ciencia ni a Religión han sabido explicar hasta el día de hoy.
A su consulta, una suerte de triste chamizo abandonado por la pobreza y situado junto a su casa, en la localidad de Congonlias do Campo, en el Estado brasileño de Minas Gerais, los enfermos se amontonaban cada día con la esperanza de ser tocados por la “gracia adivina” de aquel hombre. Al igual que ya ocurriera con la mexicana Pachita, el curandero utilizaba para llevar a cabo sus sanaciones unos útiles poco habituares. Además aseguraba que una vez en trance su personalidad transmutaba en la persona de un médico que ejerció su profesión durante la Segunda Guerra Mundial, llamado Adolf Fritz. Por muy increíble que pueda parecer, el citado médico, o más bien su supuesto espíritu, tomaba posesión de Arigó iniciando a partir de esos instantes las misteriosas y brutales operaciones quirúrgicas.
En una sola jornada en el improvisado “sanatorio espiritual” eran, atendidos más de tres centenares de pacientes. Sus medios, bien es cierto, dejaban mucho que desear, especialmente para aquellos que no estaban familiarizados con ellos. Un simple vistazo al enfermo era más que suficiente para saber cuál era su dolencia, y acto seguido realizaba la cura. Para tal fin empleaba objetos punzantes, sucios y oxidados.
“En una ocasión salió de su salita rápido, y con gran violencia introdujo una navaja por la vagina de una paciente. Acto seguido realizó violentos movimientos que asustaron a los presentes. A pesar de no utilizar anestesia, la mujer no parecía sentir dolor. Segundos después extrajo una bola desagradable del tamaño de un pomelo, un tumor. Lo soltó en el fregadero y se sentó. Comenzó a llorar”.
La falta de asepsia unida a unos “celos” reflejados con lujo de detalles en gruesos expedientes, que le acusaban de intrusismo profesional, fueron más que suficientes para ser obligado durante un tiempo a cumplir condena carcelaria. Pero a estas alturas Arigó era más que una persona vulgar. Su corte de seguidores y pacientes beneficiados de sus cualidades curativas provocaron un movimiento social que no pasó desapercibido para el entonces presidente de Brasil Kubitschek de Oliveira, quien no dudó a la hora de indultar al condenado. ¿Por qué lo hizo? Es probable que el interés del mandatario no fuera sino el justo pago a un favor realizado años atrás, pues no en vano hubo quien aseguró que Zé Arigó salvó a hija de éste de una grave dolencia...
Sin embargo los detractores, llevados por un odio irracional, no dieron la guerra por perdida y volvieron a la carga, esta vez para concluir su misión. Así el 18 de noviembre de 1964, José Pedro de Freita fue condenado por un tribunal a 18 meses de prisión. El cargo: ejercicio ilegal de la Medicina.
El curandero, genial como era, mostró su sincero agradecimiento a aquellos que le empujaron a dar con sus huesos tras las frías rejas, ya que tras años de duro trabajo, al fin podía descansar. Pero no fue así. En la prisión los presos acudían para que les ayudara, sabedores del don que atesoraba su nuevo compañero.
Durante seis años el sanador brasileño continuó ejerciendo esa otra medicina, sin tapujos ni fronteras. En enero de 1971 fue víctima de un catastrófico y “esperado” accidente de tráfico, falleciendo en el lugar segundos después. Si su vida fue un cúmulo de circunstancias inexplicables, su muerte no lo fue menos. Sus allegados aseguran que fue anunciada tiempo atrás con tal precisión que incluso fue aportada la fatídica fecha del siniestro. Aquí que predijo su final, curiosamente, fue un tal doctor Fritz. Arigó, en trance, permanecía inconsciente mientras de su propia boca salían as palabras que anunciaban su final...
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