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miércoles, 21 de julio de 2010

LOS CATAROS O ALBIGENSES

El catarismo es la doctrina de los cátaros (o albigenses), un movimiento religioso de carácter gnóstico que se propagó por Europa Occidental a mediados del siglo X, logrando asentarse hacia el siglo XIII en tierras de Languedoc, donde contaba con la protección de algunos señores feudales vasallos de la corona de Aragón.

Los llamados cátaros eran un movimiento religioso-cultural, propulsor de un nuevo orden social a partir del ascetismo.

Con influencias del maniqueísmo en sus etapas pauliciana y bogomila, el catarismo proponía una dualidad creadora Dios y Satanás. En respuesta la Iglesia Católica consideró sus doctrinas como heréticas.

Tras una tentativa misionera, y frente a su creciente influencia y extensión, la Iglesia terminó por invocar el apoyo de la corona de Francia, para lograr su erradicación a partir de 1209 mediante la Cruzada albigense. A finales del siglo XIII el movimiento, debilitado, entró en la clandestinidad, pero desde la segunda mitad del siglo XX, el catarismo es objeto de investigaciones y de un esfuerzo por integrar su recuerdo a la identidad de las regiones donde se encontraba su foco central de influencia: el Languedoc y la Provenza, regiones del "Midi" o tercio sur de Francia.
Etimología
El nombre «cátaro» viene probablemente del griego καθαρός (kazarós): ‘puros’. Otro origen sugerido es el término latino cattus: ‘gato’, el alemán ketter o el francés catiers, asociado habitualmente a "adoradores del diablo en forma de gato" o brujas y herejes. Una de las primeras referencias existentes es una cita de Eckbert von Schönau, el cual escribió acerca de los herejes de Colonia en 1181: «Hos nostra Germania cátharos appéllat».

Los cátaros fueron denominados también albigenses. Este nombre se origina a finales del siglo XII, y es usado por el cronista Geoffroy du Breuil of Vigeois en 1181. El nombre se refiere a la ciudad occitana de Albi (la antigua Álbiga). Esta denominación no parece muy exacta, puesto que el centro de la cultura cátara estaba en Tolosa (Toulouse) y en los distritos vecinos. También recibieron el nombre de «poblicantes», siendo este último término una degeneración del nombre de los paulicianos, con quienes se les confundía.

Otra denominación empleada para referirse a los cátaros es "la secta de los tejedores".

[editar] Orígenes
Las doctrinas cátaras llegaron probablemente desde Europa oriental a través de las rutas comerciales. Los albigenses también recibieron el nombre de búlgaros (Bougres) y, al parecer, mantuvieron asimismo relaciones con los bogomilos de Tracia. Parece ser que sus doctrinas tuvieron grandes similitudes con las de los bogomilos e incluso más con las de los paulicianos, con quienes estuvieron conectados. Sin embargo, es difícil formarse una idea exacta de las doctrinas cátaras, ya que existen pocos textos cátaros. Los escasos textos cátaros que aún existen (Rituel cathare de Lyon y Nouveau Testament en provençal) contienen escasa información acerca de sus creencias y prácticas morales.

Los teólogos cátaros, llamados cáthari (‘puros‘ o ‘perfectos’) y en Francia, «hombres buenos» o «buenos creyentes», fueron pocos en número y practicantes de la ascesis que llevada al extremo los llevaba a la muerte en un estado de pureza. El grueso de los creyentes (credentes) participaba de la comunidad mediante una ceremonia llamada convenenza y a través de la recepción del consolamentum, el bautismo del Espíritu Santo, antes de dicha muerte asistida por el resto del grupo.

Los historiadores atan el inicio del movimiento cátaro con la Escitia antigua, donde San Andrés, según las leyendas rusas antiguas, portó el misterio del Grial a las tierras eslavas como "la fe de los puros y perfectos", "la fe de los hombres buenos". La segunda comunidad del Grial la fundó en la Santa Rusia el príncipe de Kiev, Ascold, al final del siglo IX. Según las apócrifas eslavas, la Madre de Dios, acercándose a Ascold, le pide propagar la fe de Cristo en la Santa Rusia, la fe en el Dios del Amor. Según alguna interpretación, el Cáliz del Grial debía hacerse un símbolo común de enlace del panteón eslavo y cristiano.

El catarismo eslavo ejerció una colosal influencia en la espiritualidad de Rusia. De los cátaros eslavos vinieron los “viejos creyentes” ortodoxos, los herederos del Grial del Monte Athos. El Grial ruso estuvo entre la gran constelación de los sabios sagrados de Óptina Pústyñ, y desde la tradición cátara eslava vino la tradición de Nil de Sora de los sabios "no-codiciadores" de Transvolga. En el siglo X, Rusia era “bautizada” con violencia en la fe bizantina ortodoxa por el príncipe Vladímir. El catarismo, desalojado por Bizancio, a través de Bulgaria partió a Occidente.

Llegados a la Europa occidental, los cátaros difundieron su enseñanza en muchos países. Los primeros cátaros aparecieron en Lemosín entre 1012 y 1020. Algunos fueron descubiertos y ejecutados en la ciudad langüedociana de Toulouse en 1022. La creciente comunidad fue condenada en los sínodos de Charroux (Vienne) (1028) y Tolosa (1056). Se enviaron predicadores para combatir la propaganda cátara a principios del siglo XII. Sin embargo, los cátaros ganaron influencia en Occitania debido a la protección dispensada por Guillermo, duque de Aquitania, y por una proporción significativa de la nobleza occitana. El pueblo estaba impresionado por los Perfectos y por la predicación antisacerdotal de Pedro de Bruys y Enrique de Lausanne en Périgord.

[editar] Creencias
Los cátaros se caracterizaban por una teología dual, basada en la creencia de que el universo estaba compuesto por dos mundos en conflicto, uno espiritual creado por Dios y el otro material forjado por Satán.

Según los autores católicos tradicionales, esta era una característica distintiva del gnosticismo, cierta corriente residual del neoplatonismo (Plotino fue antignóstico), principalmente el maniqueísmo y luego la teología de los bogomilos. Probablemente, esta idea también había sido influida por otras antiguas líneas de pensamiento gnósticas. De acuerdo con los cátaros, el mundo había sido creado por una deidad diabólica conocida por los gnósticos como el Demiurgo. Los cátaros identificaron al Demiurgo con el ser al que los cristianos denominaban Satán. Sin embargo, los gnósticos del siglo I no habían hecho esta identificación, probablemente porque el concepto del diablo no era popular en aquella época, en tanto que se fue haciendo más y más popular durante la Edad Media.

Según la comprensión cátara, el Reino de Dios no es de este mundo. Dios creó cielos y almas. El mundo material, el mal, las guerras y a la Iglesia Católica. Ella con su realidad terrena y la difusión de la fe en la Encarnación de Cristo, era una herramienta de corrupción.

Según los cátaros, los hombres son una realidad transitoria, una “vestidura” de la simiente angélica. Afirman que el pecado se produjo en el cielo y que se ha perpetuado en la carne. La doctrina católica tradicional, en cambio, considera que aquél vino dado por causa de la carne y contagia en el presente al hombre interior, al espíritu, que estaría en un estado de caída como consecuencia del pecado original. Para los católicos, la fe en Dios redime, mientras que para los cátaros exige un conocimiento (una gnosis) del estado anterior del espíritu para purgar su existencia mundana y una transformación personal a partir de dicho conocimiento. No existe en ellos una sumisión a lo dado, a la materia, que no sería más que un sofisma tenebroso que obstaculiza la salvación.

En resumen, el cátaro pretende restituir transitoriamente la vida angélical en el mundo para hacerse, como individuo iluminado, merecedor de una existencia superior. El catarismo supone un cuestionamiento abierto de toda la revelación cristiana, así como de sus ejes filosóficos centrales.

Los cátaros también creían que las almas se reencarnarían hasta que fuesen capaces de un autoconocimiento que las llevaría a la visión de la divinidad y así poder escapar del mundo material y elevarse al paraíso inmaterial. La forma de escapar al ciclo de reencarnaciones era vivir una vida ascética, contemplativa, de autoconocimiento y no ser corrompido por el mundo. Aquellos que siguiesen estas normas eran conocidos como Perfectos. Los Perfectos se consideraban herederos de los apóstoles y tenían el poder de borrar los pecados y conexiones con el mundo material de las personas, de forma que fuesen al cielo cuando murieran.

Comúnmente, la ceremonia de eliminación de los pecados, llamada consolamentum, se llevaba a cabo en personas a punto de morir. Después de recibirlo, el creyente era alentado para dejar de comer a fin de acelerar la muerte y evitar la "contaminación" del mundo. El consolamentum era el único sacramento de la fe cátara.

No tenían ningún rito matrimonial, sino que presentaban una fuerte oposición a este. Según las fuentes inquisitoriales, entre los sectarios estaba permitida la práctica de la homosexualidad (que en esa época se denominaba «sodomía»).

Los cátaros comprendían la virginidad como la abstención de todo lo que es capaz de “aterrar” el compuesto espiritual, como la imagen universal de la vida, que deja realizar el divino potencial. Enseñaban que Dios obsequia los medios necesarios, en primer lugar el misterio del consolamentum (consuelo) o el bautismo espiritual - el sacramento de la obtención del Espíritu Santo – que define y consagra la vida futura de la persona.

Los cátaros tenían también otras creencias que eran contrarias a la doctrina católica. En sus polémicas decían (parafraseando) que Jesús había sido una aparición que mostró el camino a Dios. Creían que no era posible que un Dios bueno (de naturaleza espiritual) se hubiese reencarnado en forma material, ya que todos los objetos materiales estaban contaminados por el pecado. Esta creencia específica se denominaba docetismo. Más aún, creían que el dios Yahvé del Antiguo Testamento era en verdad el diablo, ya que había creado el mundo y debido también a sus cualidades («celoso», «vengativo», «de sangre») y a sus actividades como «Dios de la Guerra». Negando así toda veracidad del antiguo testamento.

Igualmente entendían a su modo el arrepentimiento. No era una penitencia para la redención de los pecados, sino que era la aspiración hacía la perfección. La sed de elevarse al nivel espiritual más elevado, venciendo la naturaleza caída en sí mismos.

Consideraban que no sólo era posible, sino necesario liberarse del pecado antes, y no después, del Juicio Universal; es decir, en el transcurso de la vida.

Una de las ideas que resultaron más heréticas en la Europa feudal fue la creencia de que los juramentos eran un pecado, puesto que ligaban a las personas con el mundo material. Denominar a los juramentos pecado era muy peligroso en una sociedad en la que el analfabetismo era norma común y casi todas las transacciones comerciales y compromisos de fidelidad se basaban en juramentos. De ahí que fueran considerados un peligro para el estado.

Al llegar al siglo XIII, la fe cátara ya entró firmemente en la vida occitana. Los castillos situados en las montañas sobre el mar se hicieron la expresión física de las alturas espirituales, en las cuales habitaban los cátaros.

[editar] Supresión de la doctrina cátara
En 1147, el papa Eugenio III envió un legado a los distritos afectados para detener el progreso de los cátaros. Los escasos y aislados éxitos de Bernardo de Claraval no pudieron ocultar los pobres resultados de la misión ni el poder de la comunidad cátara en la Occitania de la época. Las misiones del cardenal Pedro (de San Crisógono) a Tolosa y el Tolosado en 1178, y de Enrique, cardenal-obispo de Albano, en 1180-1181, obtuvieron éxitos momentáneos. La expedición armada de Enrique de Albano, que tomó la fortaleza de Lavaur, no extinguió el movimiento.

Las persistentes decisiones de los concilios contra los cátaros en este periodo —en particular, las del Concilio de Tours (1163) y del Tercer Concilio de Letrán (1179)— apenas tuvieron mayor efecto. Cuando Inocencio III llegó al poder en 1198, resolvió suprimir el movimiento cátaro con la definición sobre la fe del IV Concilio de Letrán.

Esfuerzos pacíficos para combatir la doctrina cátara
A raíz de este hecho, la posibilidad cada vez más real de que Inocencio III decidiese resolver el problema cátaro mediante una cruzada provocó un cambio muy importante en la política occitana: la alianza de los condes de Tolosa con la Casa de Aragón. Así, si Raimundo V (1148-1194) y Alfonso II de Aragón (1162-1196) habían sido siempre rivales, en 1200 se concertó el matrimonio entre Ramón VI de Tolosa (1194-1222) y Eleonor de Aragón, hermana de Pedro II el Católico, quien, en 1204, acabaría ampliando los dominios de la Corona de Aragón con el Languedoc al casarse con María, la única heredera de Guillermo VIII de Montpellier.

Al principio, el papa Inocencio III probó con la conversión pacífica, enviando legados a las zonas afectadas. Los legados tenían plenos poderes para excomulgar, pronunciar interdictos e incluso destituir a los prelados locales. Sin embargo, éstos no tuvieron que lidiar únicamente con los cátaros, con los nobles que los protegían, sino también con los obispos de la zona, que rechazaban la autoridad extraordinaria que el papa había conferido a los legados. Hasta tal punto que, en 1204, Inocencio III suspendió la autoridad de los obispos en Occitania. Sin embargo, no obtuvieron resultados, incluso después de haber participado en el coloquio entre sacerdotes católicos y predicadores cátaros, presidido en Béziers en 1204, por el rey aragonés Pedro el Católico.

El monje cisterciense Pedro de Castelnau, un legado papal conocido por excomulgar sin contemplaciones a los nobles que protegían a los cátaros, llegó a la cima excomulgando al conde de Tolosa, Raimundo VI (1207) como cómplice de la herejía. El legado fue asesinado cerca de la abadía de Saint Gilles, donde se había reunido con Raimundo VI, el 14 de enero de 1208, por un escudero de Raimundo de Tolosa. El escudero afirmó que no actuaba por orden de su señor, pero este hecho poco creíble, fue el detonante que comenzó la cruzada contra los albigenses.

El Papa convocó al rey Felipe II de Francia para dirigir una cruzada contra los cátaros, pero esa primera convocatoria fue desestimada por el monarca francés, al que le urgía más el conflicto con el rey inglés Juan Sin Tierra. Entonces Pedro el Católico, que se acababa de casar, acudió a Roma en donde Inocencio III le coronó solemnemente y, de esta manera, el rey de la Corona de Aragón se convertía en vasallo de la Santa Sede, con la cual se comprometía a pagar un tributo. Con este gesto, Pedro el Católico pretendía proteger sus dominios del ataque de una posible cruzada. Por su parte, el Santo Padre, receloso de la actitud del rey aragonés hacia los príncipes occitanos sospechosos de tolerar la herejía (e incluso de practicarla), no quiso delegar nunca la dirección de la cruzada a Pedro el Católico. Posteriormente, el rey aragonés y su hermano Alfonso II de Provenza tomaron medidas contra los cátaros provenzales.

La cruzada contra la herejía
En 1207, al mismo tiempo que Inocencio III renovaba las llamadas a la cruzada contra los herejes, dirigidas ahora no sólo al rey de Francia, sino también al duque de Borgoña y a los condes de Nevers, Bar y Dreux, entre otros, el legado papal Pedro de Castelnau dictó sentencia de excomunión contra Raimundo VI, ya que el conde de Tolosa no había aceptado las condiciones de paz propuestas por el legado, en el que se obligaba a los barones occitanos no admitir judíos en la administración de sus dominios, a devolver los bienes expoliados a la Iglesia y, sobre todo, a perseguir a los herejes. A raíz de la excomunión, Raimundo VI tuvo una entrevista con Pedro de Castelnau en Sant Geli en enero de 1208, muy tempestuosa y conflictiva, de la que no salió ningún acuerdo.

Ante lo inútil de los esfuerzos diplomáticos el Papa decretó que toda la tierra poseída por los cátaros podía ser confiscada a voluntad y que todo aquel que combatiera durante cuarenta días contra los "herejes", sería liberado de sus pecados. La cruzada logró la adhesión de prácticamente toda la nobleza del norte de Francia. Por tanto, no es sorprendente que los nobles del norte viajaran en tropel al sur a luchar. Inocencio encomendó la dirección de la cruzada al rey Felipe II Augusto de Francia, el cual, aunque declina participar, sí permite a sus vasallos unirse a la expedición.

La llegada de los cruzados va a producir una situación de guerra civil en Occitania. Por un lado, debido a sus contenciosos con su sobrino, Ramón Roger Trencavel —vizconde de Albí, Béziers y Carcasona—, Raimundo VI de Tolosa dirige el ejército cruzado hacia los dominios del de Trencavel, junto con otros señores occitanos, tales como el conde de Valentines, el de Auvernia, el vizconde de Anduze y los obispos de Burdeos, Bazas, Cahors y Agen. Por otro lado, en Tolosa se produce un fuerte conflicto social entre la «compañía blanca», creada por el obispo Folquet para luchar contra los usureros y los herejes, y la «compañía negra». El obispo consigue la adhesión de los sectores populares, enfrentados con los ricos, muchos de los cuales eran cátaros.

La batalla de Béziers, que, según el cronista de la época Guillermo de Tudela, obedecía a un plan preconcebido de los cruzados de exterminar a los habitantes de las bastidas o villas fortificadas que se les resistieran, indujo al resto de las ciudades a rendirse sin combatir, excepto Carcasona, la cual, asediada, tendrá que rendirse por falta de agua. Aquí, sin embargo, los cruzados, tal como lo habían negociado los cruzados con el rey Pedro el Católico (señor feudal de Ramón Roger Trencavel), no eliminarón a la población, sino que simplemente les obligaron a abandonar la ciudad. En Carcasona muere Ramón Roger Trencavel. Sus dominios son otorgados por el legado papal al noble francés Simón de Montfort, el cual entre 1210 y 1211 conquista los bastiones cátaros de Bram, Minerva, Termes, Cabaret y Lavaur (este último con la ayuda de la compañía blanca del obispo Folquet de Tolosa). A partir de entonces se comienza a actuar contra los cátaros, condenándoles a morir en la hoguera.

La batalla de Muret
La batalla de Beziers y el expolio de los Trencavel por Simón de Montfort van a avivar entre los poderes occitanos un sentimiento de rechazo hacia la cruzada. Así, en 1209, poco después de la caída de Carcasona, Raimundo VI y los cónsules de Tolosa van a negarse a entregarle a Arnaldo Amalric los cátaros refugiados en la ciudad. Como consecuencia, el legado pronuncia una segunda sentencia de excomunión contra Raimundo VI y lanza un interdicto contra la ciudad de Tolosa.

Para conjurar la amenaza que la cruzada anticátara comportaba contra todos los poderes occitanos, Raimundo VI, después de haberse entrevistado con otros monarcas cristianos –el emperador del Sacro Imperio Otón IV, los reyes Felipe II Augusto de Francia y Pedro el Católico de Aragón- intenta obtener de Inocencio III unas condiciones de reconciliación más favorables. El papa accede a resolver el problema religioso y político del catarismo en un concilio occitano. Sin embargo, en las reuniones conciliares de Saint Gilles (julio de 1210) y Montpellier (febrero de 1211), el conde de Tolosa rechaza la reconciliación cuando el legado Arnaldo Amalric le pide condiciones tales como la expulsión de los caballeros de la ciudad, y su partida a Tierra Santa.

Después del concilio de Montpellier, y con el apoyo de todos los poderes occitanos –príncipes, señores de castillos o comunas urbanas amenazadas por la cruzada-, Raimundo VI vuelve a Tolosa y expulsa al obispo Folquet. Acto seguido, Simón de Montfort comienza el asedio de Tolosa en junio de 1211, pero tiene que retirarse ante la resistencia de la ciudad.

Para poder enfrentarse a Simón de Montfort, visto en Occitania como un ocupante extranjero, los poderes occitanos necesitaban un aliado poderoso y de ortodoxia católica indudable, para evitar que el de Montfort pudiera demandar la predicación de una nueva cruzada. Así pues, Raimundo VI, los cónsules de Tolosa, el conde de Foix y el de Comenge se dirigieron al rey de Aragón, Pedro el Católico, vasallo de la Santa Sede tras su coronación en Roma en 1204 y uno de los artífices de la victoria cristiana contra los musulmanes en las Navas de Tolosa (julio de 1212). También, en 1198, Pedro el Católico había adoptado medidas contra los herejes de sus dominios.

En el conflicto político y religioso occitano, Pedro el Católico, nunca favorable ni tolerante con los cátaros, intervino para defender a sus vasallos amenazados por la rapiña de Simón de Montfort. El barón francés, incluso después de pactar el matrimonio de su hija Amicia con el hijo de Pedro el Católico, Jaime –el futuro Jaime I (1213-1276), continuó atacando a los vasallos occitanos del rey aragonés. Por su parte, Pedro el Católico buscaba medidas de reconciliación, y así, en 1211, ocupa el castillo de Foix con la promesa de cederlo a Simón de Montfort sólo si se demostraba que el conde no era hostil a la Iglesia.

A principios de 1213, Inocencio III, recibida la queja de Pedro el Católico contra Simón de Montfort por impedir la reconciliación, ordena a Arnaldo Amalric, entonces arzobispo de Narbona, negociar con Pedro el Católico e iniciar la pacificación del Languedoc. Sin embargo, en el sínodo de Lavaur, al cual acude el rey aragonés, Simón de Montfort rechaza la conciliación y se pronuncia por la deposición del conde de Tolosa, a pesar de la actitud de Raimundo VI, favorable a aceptar todas las condiciones de la Santa Sede. En respuesta a Simón, Pedro el Católico se declara protector de todos los barones occitanos amenazados y del municipio de Tolosa.

A pesar de todo, viendo que ese era el único medio seguro de erradicar la "herejía", el papa Inocencio III se pone de parte de Simón de Montfort, llegándose así a una situación de confrontación armada, resuelta en la batalla de Muret el 12 de septiembre de 1213, en la que el rey aragonés, defensor de Raimundo VI y de los poderes occitanos, es vencido y asesinado. Acto seguido, Simón de Montfort entra en Tolosa acompañado del nuevo legado papal, Pedro de Benevento, y de Luis, hijo de Felipe II Augusto de Francia. En noviembre de 1215, el Cuarto Concilio de Letrán reconocerá a Simón de Montfort como conde de Tolosa, desposeyendo a Raimundo VI, exiliado en Cataluña después de la batalla de Muret.

El 1216, en la corte de París, Simón de Montfort presta homenaje al rey Felipe II Augusto de Francia como duque de Narbona, conde de Tolosa y vizconde de Beziers y Carcasona. Fue, sin embargo, un dominio efímero. En 1217, estalla en Languedoc una revuelta dirigida por Raimundo el Joven —el futuro Ramón VII de Tolosa (1222-1249), que culmina en la muerte de Simón— en 1218 y en el retorno a Tolosa de Raimundo VI, padre de Raimundo el Joven.

El fin de la guerra
La guerra terminó definitivamente con el tratado de París (1229), por el cual el rey de Francia desposeyó a la Casa de Tolosa de la mayor parte de sus feudos y a la de Beziers (los Trencavel) de todos ellos. La independencia de los príncipes occitanos tocaba a su fin. Sin embargo, el catarismo no se extinguió.

La Inquisición se estableció en 1229 para extirpar totalmente la herejía. Operando en el sur de Tolosa, Albí, Carcasona y otras ciudades durante todo el siglo XIII y gran parte del XIV, tuvo éxito en la erradicación del movimiento. Desde mayo de 1243 hasta marzo de 1244, la ciudadela cátara de Montsegur fue asediada por las tropas del senescal de Carcasona y del arzobispo de Narbona.

El 16 de marzo de 1244 tuvo lugar un acto, en donde los líderes cátaros, así como más de doscientos seguidores, fueron arrojados a una enorme hoguera en el prat dels cremats (prado de los quemados) junto al pie del castillo. Más aún, el Papa (mediante el Concilio de Narbona en 1235 y la bula Ad extirpanda en 1252) decretó severos castigos contra todos los laicos sospechosos de simpatía con los cátaros.

Perseguidos por la Inquisición y abandonados por los nobles, los cátaros se hicieron más y más escasos, escondiéndose en los bosques y montañas, y reuniéndose sólo subrepticiamente. El pueblo hizo algunos intentos de liberarse del yugo francés y de la Inquisición, estallando en revueltas al principio del siglo XIV. Pero en este punto la secta estaba exhausta y no pudo encontrar nuevos adeptos. Tras 1330, los registros de la Inquisición apenas contienen procedimientos contra los cátaros.

[editar] Influencias
El movimiento cátaro no es aislado y se inserta en una serie de alternativas religiosas de la época. Dichas alternativas fueron regladas por la iglesia católica o aniquiladas por medio de la fuerza de la corona; siempre que no pudieron ser sometidas. No hay duda, sin embargo, de que sus concepciones religiosas contradecían totalmente dogmas ya establecidos por el cristianismo, era un movimiento herético desde su fundamento, gnóstico.

Paul Sabatier -historiador de la Edad Media e insospechado pastor calvinista- ha escrito: «El papado no ha estado siempre de parte de la reacción y del oscurantismo: cuando desbarató a los cátaros, su victoria fue la de la civilización y la razón». Y otro protestante, radicalmente anticatólico y célebre estudioso de la Inquisición, el americano Henry C. Lea: «Una victoria de los cátaros habría llevado a Europa a los tiempos salvajes primitivos».

No fueron, pues, combatidos por la Iglesia Católica sólo en base a la clara desviación en relación a dogmas fundamentales del cristianismo sino también por su rebeldía socio-política.

Otros cátaros
Los Paulicianos eran una secta semejante. Habían sido deportados desde Capadocia a la región de Tracia en el sureste europeo por los emperadores bizantinos en el siglo IX, donde se unieron con -o más probablemente- se transformaron en los bogomilos. Durante la segunda mitad del siglo XII, contaron con gran fuerza e influencia en Bulgaria, Albania y Bosnia. Se dividieron en dos ramas, conocidas como los albanenses (absolutamente duales) y los garatenses (duales pero moderados). Estas comunidades heréticas llegaron a Italia durante los siglos XI y XII. Los milaneses adheridos a este credo recibían el nombre de patarini (patarinos) (o patarines), por su procedencia de Pataria, una calle de Milán muy frecuentada por grupos de menesterosos (pataro o patarro aludía al andrajo). El movimiento de los patarines cobró cierta importancia en el siglo XI como movimiento reformista.

Según las nuevas investigaciones de los historiadores de la religión, se han descubierto muchas influencias de los cátaros con la orden de los Templarios, de los Hospitalarios y algunas órdenes monacales, particularmente en la época de la persecución de los cátaros.[cita requerida]

El santo tradicional católico, San Francisco de Asís, para los cátaros era un cátaro verdadero, como también su madre